miércoles, 3 de junio de 2009

De la ira y sus dolores

Mis pies están ya adoloridos de recorrer las calles de la ciudad sin un rumbo en particular, en el cielo se asoman las primeras estrellas y el alumbrado público comienza a hacer acto de presencia. La claridad por fin llena mi cabeza, el arrepentimiento cae cual grávido objeto sobre mi conciencia, los gritos y las palabras que nos dijimos ahora me parecen absurdos, la ira me carcomía, no hay otra explicación, y cuando la ira me domina la razón se evapora al instante. Una gota cae sobre mi cara, seguida de muchas más. Un relámpago atraviesa el obscuro horizonte, creo que ya es hora, no hay mas a donde ir. Desando el camino andado, me detengo unos segundos en la puerta con las llaves en la mano, a pesar de las mil veces que he pasado por esto no deja de serme siempre difícil; la puerta abierta, mi corazón palpita, doy unos pasos dentro, un tibio calor me recibe de inmediato, la lluvia me ha mojado un poco, mi cabello escurre y las gotas van a parar en mis zapatos, sigo adelante y te encuentro en el sillón, de espaldas a la puerta, aquí voy de nuevo, no me queda nada mas que disculparme y comerme mis palabras.

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